domingo, 18 de abril de 2010

Secretos de alturas (Carlota de Otto)


A siete mil pies de altura (unos dos mil cien metros) donde estallan todos los rayos del mundo, hay un pueblito donde se dice: «ahorita»y donde se dice: «Guadalupe». En ese pueblito las casas son de color cereza y saben a barro y a chiles rojos.
Y en ese pueblito las humedades sólo se viven en los ojos y las mujeres huelen a geranios oscuros.
Las niñas y los niños de ese pueblo tienen los ojos tan negros que parece que no miren a ninguna parte. Pero miran hacia los abismos que rodean la aldea, hacia donde estallan todos los rayos del mundo, y parece que hagan predicciones mudas.
Las abuelas de todos esos niños, viejísimas abuelas que olieron a geranios, tejen alfombras infinitas para que los rayos no partan los corazones de los nuevos niños, y les cortan mechones de cabello negro que guardan en frascos de cristal para desbancar, cuando llegue el momento, a las nubes oscuras. Las noches de luna llena los chiquitos y las chiquitas siempre son alcanzados por la tormenta.
Todos los habitantes del pueblito se reúnen en corro y rezan a sus vírgenes para que salven a alguno de ellos.
Entonces, las criaturas, en un ritual delirante, contraen su pecho y expanden los rayos hacia el resto de los pies que faltan para llegar al sol.
Cuando los rayos lo tocan, el astro desprende pedacitos de su corteza en forma de lluvia polvorosa.
Es una imagen fascinante.
Niños y niñas con rayos en los corazones entre todas esas casas color cereza, mirándote a ti, con esos ojos negros que parece que no miren a ninguna parte.
Sus abuelas murmurando quién sabe qué historias para invocar la misericordia de alguna virgen. Y rompiendo uno a uno los potes de cristal para que que vuelen los mechones negros y aminoren la potencia del temporal.
Que nadie pueda decir que los hombres se quedan impasibles ante la furia de la vida y la naturaleza.
No todos los niños sobreviven a esa madrugada y sus cuerpos son enterrados a las orillas del pueblo.
Los siguientes días de luna menguante, el pueblo recoge los pedazos de sol que caen a todas horas del cielo.
Hacen muchas fiestas rituales, y se lanzan polvos ardientes los unos a los otros para que les traigan más suerte.
También les nacen algunas lágrimas pero sólo les nublan los ojos sin llegar nunca a diluviar.
Unos días más tarde de la luna llena, se diluye su luz en el horizonte, ahí donde estallan todos los rayos del mundo. Se diluyen también los miedos, los delirios, las euforias de esa madrugada maldita.
Los habitantes del pueblo vuelven a sus tareas pero todos esperan silenciosamente la siguiente luna llena, acumulando supersticiones.
Y nadie los entiende porque están a dos mil cien metros de altura, en un pueblito donde se dice:
«ahorita»,
y donde se dice:
«Guadalupe».

Y están demasiado alto.

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